Una mañana de cielo diáfano en el noroeste argentino, un equipo de arqueología detuvo sus pasos ante unas piedras que no eran como las demás: había orden donde debía reinar el azar. Un trazo recto, un ángulo improbable, un vacío que parecía deliberado. De ese primer gesto de asombro nació una pesquisa que hoy ilumina un paisaje conocido con una mirada nueva.
A más de tres mil metros de altitud, en una terraza natural custodiada por cardones y viento, los investigadores describen una estructura prehispánica que no figuraba en ningún registro. Ni en mapas, ni en listados, ni en la memoria académica. Lo que asoma ahora es un capítulo inédito de las montañas, tejido con piedra y silencio.
Dónde y qué se halló
El conjunto ocupa un espolón rocoso entre la Puna y los valles, en la franja que une las provincias de Salta y Jujuy. Se trata de una plataforma rectangular con un patio circular anexo y un pasillo estrecho que conduce a un punto dominante del relieve. El canteado de las piedras, la argamasa en sectores puntuales y la pátina indican un uso prolongado y cuidadoso.
Las primeras dataciones contextuales —carbones dispersos y una cuenta de valva— sugieren una cronología entre 1000 y 1400 d. C., es decir, el llamado Período Tardío andino, previo a la expansión imperial inca, aunque no se descarta una reocupación posterior. La orientación principal se alinea con el amanecer de junio, detalle que intriga por su potencial vínculo con el ciclo ritual y la observación del cielo.
- Rasgos destacados: orientación solar, patrón mixto de muros de piedra seca y refuerzos con adobe, patio para congregación y pasillo procesional con vistas a rutas de tránsito antiguas.
Cómo se investigó
El hallazgo no fue casual: partió de una lectura de imágenes satelitales de alta resolución y prospecciones con drones, que revelaron anomalías geométricas invisibles a ras del suelo. Luego, un radar de penetración terrestre (GPR) y un magnetómetro portátil dibujaron el subsuelo, detectando pisos compactados y posibles fogones en los extremos del patio.
“Nos llamó la atención la coherencia del trazo y la repetición de módulos”, explica una integrante del equipo, quien subraya el cruce de técnicas de campo y laboratorio. “La fotogrametría permitió construir un modelo 3D con precisión centimétrica, y eso nos guió en las primeras calas estratigráficas”, añade.
El muestreo minimizó el impacto, con cuadrículas pequeñas y registro milimétrico de cada fragmento. Entre los hallazgos se cuentan restos de cerámica utilitaria, semillas carbonizadas de posible maíz y puntas de proyectil. No hay evidencias de domesticidad permanente; sí de congregación episódica y circulación de bienes, quizá en conexión con rutas de caravanas.
Voces del equipo
“Lo más sugerente es la combinación de arquitectura y horizonte”, señala otro investigador, que ve en la orientación una clave de sentido. “No es fortín ni vivienda; hay un guion espacial que pauta movimiento y pausa, como si el paisaje fuese parte del edificio”.
Para la coordinadora del proyecto, el sitio dialoga con un mapa mayor: “Desde aquí se domina un corredor que une quebradas y salares, uniendo pisos ecológicos y economías. Es plausible pensar en encuentros rituales asociados al intercambio y al calendario agrícola”.
Una antropóloga vinculada al trabajo comunitario resume el enfoque: “Escuchamos a las familias del lugar antes de abrir una trinchera. Ellas recuerdan historias de luces en las noches de helada y lugares donde ‘no se debe gritar’. Esas memorias nos orientan y nos invitan a una ética de cuidado”.
Lecturas posibles del pasado
La arquitectura habla un idioma sobrio: pocos recursos, gran efectividad. Un patio circular convoca, una plataforma ordena la mirada, un pasillo dirige el cuerpo. La alineación sugiere una relación con el solsticio de invierno, fecha de renovación en los Andes, donde el retorno del sol marca el pulso de la siembra y la vida colectiva.
La presencia de cerámica de distintas procedencias insinúa redes que cruzaban laderas y cumbres. El sitio pudo ser una wak’a —un lugar de poder— articulado con economías caravaneras y con nodos de intercambio entre la Puna salada y los valles templados. Más que un recinto aislado, sería un eslabón en una trama territorial hecha de pasos, narraciones y rituales.
Desafíos y próximos pasos
Con el anuncio llega la responsabilidad. El equipo coordinó con autoridades locales y comunidades originarias un protocolo de resguardo, señalización discreta y monitoreo contra el saqueo. Se baraja un circuito de visita limitado, con guías de la zona y materiales didácticos en español y lenguas indígenas, para evitar impactos y promover orgullo patrimonial.
En el plano científico, las metas inmediatas incluyen nuevas dataciones por radiocarbono, análisis de fitolitos y microresiduos en superficie de pisos, y un estudio comparativo con sitios afines de la región. “Cada dato debe ser contextualizado; no buscamos forzar interpretaciones”, aclara la coordinación. “Preferimos acumular evidencia y testar hipótesis con paciencia”.
El hallazgo, en su aparente sobriedad, abre una ventana a vidas que pensaron el paisaje como templo, calendario y camino. Allí donde el viento pule la piedra y la luz afila los bordes, una arquitectura antigua vuelve a hablar, y la montaña, por un instante, se vuelve libro.