En un relato cargado de emociones y experiencias inesperadas, Alejandra Sibila, oriunda de Puerto Vilelas, compartió con Operativo Vacaciones la travesía que la llevó desde Chaco hasta Mendoza en su antiguo auto. Sin embargo, lo que empezó como un simple viaje se transformó en una profunda experiencia espiritual motivada por una promesa a la Virgen de Lourdes.
Alejandra, quien confensó que no es muy devota de la virgen, relató cómo su auto se detuvo inesperadamente en un pequeño pueblo de Santa Fe. Atrapada en la incertidumbre, sola y asustada, recurrió a la oración de manera instintiva.
“Cuando se me rompe el auto en la ruta, empecé a rezar y me salió rezar el Ave María. Le pedí mucho a la Virgen que me ayude a salir de ese problema”.
Aquella noche, durmiendo en su auto al costado de la ruta, hizo una promesa:
“El primer rosario que yo encuentre, Virgencita, me va a acompañar siempre para no olvidarme de que necesito tu compañía y tu protección."
Al día siguiente, guiada por una corazonada, ingresó a una antigua iglesia del pueblo. Allí, en un banco vacío, encontró un rosario. “Fue automáticamente que me puse a llorar, dije que tiene que ser una señal de que sí me escuchó”.
Al relatar su historia a una señora de la iglesia, esta le respondió: “No te lo voy a vender, es tuyo, te estaba esperando a vos”. Impulsada por ese encuentro, Alejandra decidió desviarse hacia Alta Gracia, en Córdoba, para visitar la gruta de Nuestra Señora de Lourdes.
A pesar de las inclemencias del clima, que parecían obstaculizar su camino, continuó su travesía: “Cuando estoy llegando a la capilla, se cerró el cielo y empezó a llover de una manera tan abundante, y después empezaron a caer piedras. Cada vez que arrancaba el auto para llegar a la gruta, las piedras eran más grandes”.
Finalmente, logró llegar al santuario, encontrándose sola en un lugar que, según le dijeron, rara vez está vacío. “Cuando llego al santuario, abro la puerta y no me generó nada en el momento. Pero entré, recé y le dije: ‘Acá estoy, me costó, pero lo hice’”.
Fue entonces cuando una mujer, se le acercó para cerrar la puerta del santuario y le dijo: “Este es un regalo que tiene ella para vos”. En ese instante, algo cambió dentro de Alejandra: “Fue automático, me arrodillé y lloré de una manera tan sana, porque me hizo tan bien”.
Tras esa experiencia transformadora, Alejandra reflexionó: “Siento que no estoy sola desde el momento en que hice esa promesa. Algo sucedió en ese lugar, algo me pasó a mí internamente, y todavía no lo puedo explicar”.