Pero esta actitud no responde solo a una mera costumbre. Dejar de tocarnos la cara sería equivalente a renunciar a uno de nuestros instintos, y que tendría su explicación evolutiva.
Tocarnos el rostro podría estar relacionado con la tendencia de los humanos a olernos a nosotros mismos. La tendencia de autoolfateo es claramente evidente en el comportamiento estereotípico de mamiferos terrestres: roedores, caninos y felinos a menudo se huelen a sí mismos o a sus propias secreciones corporales.
¿Acto consciente o inconsciente?
Aunque los científicos especularon con que tocarse la cara para olerse a sí mismo es en gran medida un acto inconsciente, observaron que, además, los humanos también se huelen conscientemente con alta frecuencia. Aunque se ha sugerido una explicación psicológica y cultural para esta paradoja, el olfateo humano debe ser un tema formal de investigación.
Un alto precio
Tocar la cara puede ser responsable de transferir casi el 25 % de las enfermedades respiratorias. Dada esta contribución significativa a la enfermedad, un razonamiento evolutivo implicaría que también debe haber ventajas significativas para tocarse la cara; De lo contrario, este comportamiento se habría minimizado en el comportamiento humano a la luz de su alto precio.
¿Por qué nos olemos?
Por un lado, los humanos se huelen las manos en parte, para obtener información sobre otros a quienes tienen tocado. La explicación equivale a la respuesta de por qué nos miramos al espejo; Querer "verse bien" puede presentar similitudes con “asegurarse de no oler mal", lo que puede reflejar temores relacionados con la moralidad del mal olor; por un lado, para una relación agradable con los otros; por otro, para asegurarse de no padecer enfermedades.
Además, esto también podría explicar por qué las personas esconden su rostro tras sus manos cuando sienten vergüenza o pena: “Olisquear el interior de la mano proporciona una señal tranquilizadora de uno mismo que ayuda a manejar tales emociones amenazantes”.