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Tocarse la cara es un comportamiento demasiado frecuente en los humanos, y en todos los primates en general: las personas nos llevamos las manos al rostro, de media, 23 veces por hora, y aproximadamente siete toques por hora se dirigen específicamente a las fosas nasales.

Pero esta actitud no responde solo a una mera costumbre. Dejar de tocarnos la cara sería equivalente a renunciar a uno de nuestros instintos, y que tendría su explicación evolutiva.

Tocarnos el rostro podría estar relacionado con la tendencia de los humanos a olernos a nosotros mismos. La tendencia de autoolfateo es claramente evidente en el comportamiento estereotípico de mamiferos terrestres: roedores, caninos y felinos a menudo se huelen a sí mismos o a sus propias secreciones corporales.

¿Acto consciente o inconsciente? 

Aunque los científicos especularon con que tocarse la cara para olerse a sí mismo es en gran medida un acto inconsciente, observaron que, además, los humanos también se huelen conscientemente con alta frecuencia. Aunque se ha sugerido una explicación psicológica y cultural para esta paradoja, el olfateo humano debe ser un tema formal de investigación. 

 Un alto precio

Tocar la cara puede ser responsable de transferir casi el 25 % de las enfermedades respiratorias. Dada esta contribución significativa a la enfermedad, un razonamiento evolutivo implicaría que también debe haber ventajas significativas para tocarse la cara; De lo contrario, este comportamiento se habría minimizado en el comportamiento humano a la luz de su alto precio. 

¿Por qué nos olemos? 

Por un lado, los humanos se huelen las manos en parte, para obtener información sobre otros a quienes tienen tocado. La explicación equivale a la respuesta de por qué nos miramos al espejo; Querer "verse bien" puede presentar similitudes con “asegurarse de no oler mal", lo que puede reflejar temores relacionados con la moralidad del mal olor; por un lado, para una relación agradable con los otros; por otro, para asegurarse de no padecer enfermedades.

Además, esto también podría explicar por qué las personas esconden su rostro tras sus manos cuando sienten vergüenza o pena: “Olisquear el interior de la mano proporciona una señal tranquilizadora de uno mismo que ayuda a manejar tales emociones amenazantes”. 







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