Por el éxito de Teenage Dream, Perry recibió numerosos reconocimientos. En los Billboard Music Awards de 2011, figuró en doce categorías de las cuales ganó dos: Artista Hot 100 y mejor artista digital.
Sus canciones pegadizas, que trasladaban a un verano y una fiesta eterna consagraron a Katy Perry como la primera artista en lograr mantenerse durante 79 semanas consecutivas entre los primeros 10 puestos del Billboard Hot 100 de Estados Unidos. En 2015 volvió a romper un récord, esta vez subida a un gigante león dorado al grito de Roar en el mediotiempo del Super Bowl. La vieron 118,5 millones de televidentes. Fue el más visto de la historia. Por si fuera poco, también fue la persona más seguida de Twitter (hoy X) donde tiene casi 106 millones de seguidores. Sin hablar de los 143 millones de discos vendidos a lo largo de su carrera a nivel mundial, lo que la convierte en una de las artistas musicales con mayores ventas de todos los tiempos… Tenía todo lo que cualquier artista pudiera aspirar. Etapa que duró casi una década.
La cantante transmitía una imagen sexy, fresca y divertida. Sus canciones e imagen podía ser compartida en familia. Los millennials disfrutaban de su música en la misma sintonía, con aires despreocupados y ganas de pasarla bien. Sus canciones por ese entonces hablaban de relaciones amorosas, empoderamiento femenino y libertad. Todo el mundo conoce sus hits, sus fuertes estribillos. Su estilo, que revivía el estilo pin up del siglo XX, era imitado en todas partes. Había encontrado la fórmula perfecta que combinaba inspiraciones retro, heredadas de Marilyn Monroe y Bettie Page, con texturas modernas y lúdicas. Si Madonna usó el corpiño cónico de Jean Paul Gaultier en el Blonde Ambition Tour y quedó grabado para la posteridad, Katy Perry lució uno con chupetines giratorios y tartaletas con crema. En sus años de gloria su look estaba milimétricamente estudiado: llevaba melena larga de colores, labios pintados, ojos cargados con glitter, escotes corazón y cintura marcada. Un look sexy y femenino que atraía a la platea masculina e inspiraba a la femenina.
Pero llegó una nueva década, con artistas con un perfil activista con materiales más introspectivos, empezaron a hacerle sombra por lo que la californiana entró en declive, a no encontrar su lugar. Sus intentos por renovarse, con unas fórmulas en la que el público dejó de reconocerla, hizo que todo fuese de mal en peor. Las ideas más descabelladas tratan de eso mismo: que Katy Perry arruinó su carrera por cortarse el pelo. La chica que era la personificación de la dulzura y la diversión, de repente, se empezó a mostrar completamente distinta. Tal vez ella llegó tarde para mostrar un perfil más humano y profundo. El público le dio la espalda como si fuera una desconocida. No es que su carrera haya perdido relevancia. Sus nuevos videos de YouTube tienen unos pocos millones de vistas, pero ella estaba acostumbrada a las cifras con cientos de millones. Simplemente, pasó de moda, dejó de ser cool e interesante. Su caída fue más estrepitosa por el lugar que ocupaba.
Katheryn Elizabeth Hudson nació un 25 de octubre de 1984 en Santa Bárbara, California, la tierra soleada donde empezó a cantar a los 9 años música religiosa. No tenía permitido escuchar otros géneros, ni tampoco el consumo de otras expresiones culturales masivas. Vivía en una especie de burbuja. Sus padres Maurice y Mary Christine, pastores pentecostales que habían revertido una juventud alocada, educaron a la pequeña Katy y sus dos hermanos bajo estrictas prohibiciones. Sin embargo, Katy se las ingenió para escuchar otro tipo de música que le acercaban sus amigas a escondidas.
Diario22.ar con información de Infobae