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28/03/2024
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La líder de Hermanos de Italia puede convertirse en la primera mujer jefa de gobierno del país. A 100 años de la marcha sobre Roma con la que Mussolini tomó el poder, la izquierda apela a los jóvenes e indecisos para evitarlo.

Europa observa inquieta las elecciones italianas de este domingo, en las que la neofascista Giorgia Meloni, antieuropeísta y nacionalista, es la gran favorita para hacerse con el gobierno de la tercera economía del continente.

La admiradora de Mussolini, de 45 años, lidera las encuestas desde hace semanas y podría convertirse en la primera mandataria italiana de ultraderecha desde el final de la II Guerra Mundial, además de en la primera mujer que gobierna el país.

 

La líder de Hermanos de Italia, heredero del Movimiento Social Italiano (MSI), una formación neofascista fundada después de la Segunda Guerra Mundial por los simpatizantes de Mussolini, se presenta en coalición con la ultraderechista Liga de Matteo Salvini y el conservador Forza Italia del sempiterno Silvio Berlusconi.

 

Sus principal contrincante es la coalición de centroizquierda formada por el Partito Democrático (PD) del ex primer ministro Enrico Letta, la formación europeísta Más Europa y la Alianza Verdes e Izquierda.

El Movimiento Cinco Estrellas (M5S) del ex primer ministro Giuseppe Conte se presenta sin aliados y busca ser el tercero en discordia entre las dos coaliciones principales, así como el Terzo Polo, la alianza centrista entre las formaciones del ex primer ministro Matteo Renzi y su ex ministro Carlo Calenda.

También participa —y no podía ser de otra manera en el siempre fragmentado sistema político italiano— una galaxia de pequeños partidos que va desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha. Tienen posibilidades casi nulas de superar el umbral mínimo de votos necesario para ingresar al Parlamento.

 

Qué dicen las encuestas

El promedio de las últimas encuestas y las simulaciones muestren una ventaja del centroderecha sobre el centroizquierda de entre 15 y 20 puntos, con el primero más cerca del 50% que del 40%.

Entre los partidos, Hermanos de Italia y el Partido Democrático lideran la intención de voto con el 25% y 21.5%, respectivamente. Los siguen el Movimiento 5 Estrellas (13%) y la Liga (12%).

Con estos números, entonces, ¿está todo perdido para la izquierda?

No exactamente. La clave podrían ser los indecisos, que nunca fueron tantos: un 40% del electorado.

“La tendencia histórica es que alrededor del 20-25% de los votantes efectivos deciden en las últimas dos semanas antes de la votación, con porcentajes que varían según la redacción de la pregunta. Significa 500.000 personas más que deciden por quién votar cada día. Son muchos”, explicó Giovanni Naso Forti, experto de análisis de datos de la encuestadora You Trend.

Por eso, queda un escenario en el que la derecha podría no lograr la mayoría. Para que eso ocurra, el centroizquierda debería pisar fuerte en sus tradicionales bastiones de las regioni rosse, las regiones del centro históricamente de izquierda, a la vez que el Movimiento Cinco Estrellas gane en el Sur del país.

 

Una posibilidad pequeña, pero siempre una posibilidad

 

A alimentar la incertidumbre contribuye el sistema electoral mixto que combina distritos uninominales (que otorgan el 37% de los escaños) con plurinominales (63%) para ambas Cámaras, y hace que el resultado sea casi una lotería: así como en el escenario menos favorable la derecha podría no lograr la mayoría, en el más favorable podría llegar al 70 % de la representación parlamentaria.

Un porcentaje que le permitiría modificar la Constitución italiana, redactada por los partidos antifascistas después de la Segunda Guerra mundial, sin pasar por un referéndum.

De hecho, Meloni ya confirmó que, si los italianos la eligen, cambiará la Carta Magna introduciendo el presidencialismo en el país.

 

Dos visiones de país

Durante toda la campaña electoral, Meloni —cuyo lema es “soy mujer, soy madre, soy italiana, soy cristiana”— buscó suavizar su discurso, minimizando su simpatía juvenil por Mussolini y el controvertido pasado de los dirigentes de su partido por sus conexiones con el fascismo y el neofascismo. Varios de ellos siguen haciendo el saludo romano fascista en encuentros privados.

Meloni mantuvo su línea moderada en el discurso de cierre de campaña. “Estamos listos y lo verán el 25 de septiembre, hasta la última votación para devolver la libertad y el orgullo a la nación”, dijo en un acto en Roma junto a sus aliados.

Después de la victoria de la derecha, agregó, Italia irá “con la cabeza bien alta en Europa y Occidente” y prometió que será “un socio de confianza y serio”, empezando por la defensa del pueblo ucraniano de la agresión rusa.

“El nuestro será un gobierno sólido, cohesionado, con un fuerte mandato popular y que durará 5 años”, dijo, en un intento de alejar los rumores de profundas divisiones en la coalición.

Detrás de las sonrisas y los abrazos, más de un observador apunta a que la derecha ganará pero no gobernará debido a desacuerdos en temas clave como la revisión del plan de recuperación post pandémico diseñado por el gobierno de Mario Draghi, la guerra en Ucrania, el gasto público y las alianzas europeas.

“La coalición de derecha enfrenta serias contradicciones. Veremos si los compromisos extremadamente difíciles sobre cuestiones de vital importancia serán suficientes, empezando por la relación con Europa y la superioridad del derecho de la UE sobre el derecho nacional. Si se socava este principio, Europa está acabada”, comentó Romano Prodi, ex primer ministro y ex jefe de la Comisión Europea, al diario La Republica.

Para la mayoría de los observadores, las elecciones de hoy son también un plebiscito entre Letta y Meloni, entre dos visiones políticas, una socialdemócrata europeísta y otra ultraderechista nacionalista.

“La ‘moderada’ Meloni anuncia que cambiará la Constitución. La Constitución nace de la Resistencia y el antifascismo. El voto del 25 de septiembre lo impedirá”, dijo el líder del Partido Democrático.

Letta apela a jóvenes, indecisos y abstenidos. Sin aliados de peso, se enfrenta a una tarea sin precedentes: evitar, a 100 años exactos de la marcha sobre Roma con la que Mussolini tomó el poder, que una postfascista llegue al gobierno de Italia.

 







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