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23/04/2024
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El descalabro de la economía durante el gobierno de Raúl Alfonsín hizo que el ministro Juan Vital Sourrouille presentara la renuncia y asumiera Juan Carlos Pugliese. Pero nada evitó la escalada hiperinflacionaria. El lapidario informe de un militar estadounidense, las quejas radicales hacia Bush y los planes para evitar el triunfo de Carlos Menem.

En julio de 1988 el gobierno de Raúl Alfonsín daba señales de agotamiento. El llamado “padre de la democracia” (y si somos sinceros, los argentinos sabemos que la democracia argentina es hija de una derrota) no sabía cómo salir del atolladero en que había sumergido al país. Con la derrota electoral del 6 de septiembre de 1987 en manos del peronismo, su “tercer movimiento histórico” cumpliría el sueño de los justos. En diputados se quedo con la mayoría simple pero perdió la mayoría absoluta con la que había gobernado. La sorpresa la dio el incremento de la UCEDE de Álvaro Alsogaray y el fracaso de Oscar Alende del Partido Intransigente y los resabios del PRT-ERP. En esas horas de agobio Antonio Tróccoli, Ministro del Interior, conservó su dignidad cuando dijo: “comando derrotado comando a casa” y renunció. Para los memoriosos el dirigente radical repitió las mismas palabras que había pronunciado su correligionario Juan Carlos Pugliese cuando rechazó una invitación de Galtieri a las pocas horas del 14 de junio de 1982. La derrota septembrina, además, dio por tierra la idea de la reelección presidencial, la mudanza de la Capital Federal a Viedma y otros sueños. A Alfonsín no le quedó otra salida que optar por inclinarse por candidatos presidenciales no enteramente afectos: el victorioso gobernador cordobés Eduardo César “Pocho” Angeloz y el bonaerense Juan Manuel “Cachi” Casella. El canciller Dante Mario Caputo, sacó pecho, y también aspiró a ser presidente pero su candidatura fue “no nata”. En ese 1988, el presidente volvió a insistir con la magia y la bonhomía de su ministro Juan Vital Sourruille, este sí, “el padre” del Plan Austral.

 

Todo era desconcierto y bajón anímico: “voy a desertar del gabinete”, le dijo el Ministro de Economía, el 23 de julio de 1988 a las 11 de la mañana, a su asesor Juan Carlos Torre. Horas más tarde, en Olivos, se encuentra con Alfonsín y vuelve optimista y con nuevos ánimos. El 4 de agosto, luego de arduas negociaciones con el empresariado, Torre volcó en su diario: “Esta vez no hubo mensaje” y el plan antiinflacionario incluyó un “acuerdo de precios con cuatrocientas empresas por sesenta días, al cabo de los cuales un Comité de Seguimiento integrado por funcionarios del gobierno y representantes de la UIA y la Cámara de Comercio establecerían nuevos precios. Durante ese lapso y, después de un toque inicial de tarifas y tipo de cambio, estas dos variables quedarían fijas”. Hubo una rebaja del IVA y “se aplicaron medidas de liquidación de exportaciones en el régimen cambiario que fueron equivalentes a las retenciones.” En pocas palabras, nada nuevo bajo el sol.

 

Según me comentó en su momento el Ministro de Energía, Conrado “Cacho” Storani (y anotado puntillosamente), durante una reunión privada Sourrouille aseguró “no más nuevos impuestos; bajar el déficit del Estado, habló de las tasas de interés y se comprometió a fijar un cronograma de los cuatro trimestres” venideros. Fue en esa reunión que el Ministro de Economía “pide elecciones cuanto antes, no más allá de mayo” de 1989. Como conclusión, “Angeloz y Casella conformes con la reunión.”

 

A pesar de las mejores intenciones del gobierno --y obviando los tecnicismos— el gobierno no pudo hacer pié y hacia fin de año se hablaba de una moratoria de pagos externos, mientras el nivel de inflación mensual no bajada de los 10 puntos. “Estábamos con una inflación del quince por ciento mensual” habrá de reconocer el titular de Economía. Eran tiempos de campaña presidencial y Menem usa una tribuna de Córdoba para decir: “Cuando Eduardo Angelóz dice que va a poner el país patas para arriba, yo le digo que la Argentina ya está patas para arriba” y no dejaba de tener razón. El déficit cuasi fiscal no dejaba de crecer ante la emisión monetaria para financiar el gasto público. Para peor con el verano, a fines de enero un grupo terrorista “apantallado” por un sector del gobierno asaltaba una guarnición militar en La Tablada, reavivando dramáticas escenas vividas en la década del 70; en febrero, en medio de una canícula poco común, los cortes de luz y agua corriente angustiaron a los porteños; en marzo, por sugerencia del candidato Angelóz y su equipo, abandonaba el Ministerio de Economía Juan Vital Sourrouille dejando al país en las puertas de la hiperinflación. “Sourrouille se tiene que ir” dirá públicamente el gobernador de Córdoba, abriendo una fisura con el presidente Alfonsín que le costará un mes de profundo silencio. La crisis entre el jefe del partido y el candidato presidencial habrá de cerrarse tras una reunión reservada en el Hotel Plaza: “Pocho, yo tengo el temor de que te hayas ido muy a la derecha”, fue el comentario de Alfonsín. Enrique Nosiglia va a tener otra mirada, durante una reunión en la FEPAC, mientras tomaba serenamente un mate, comentó que “el cambio de Ministro no significaba un cambio de política sino la búsqueda de confianza”. Escuchaban, como en misa, Rodolfo Terragno, Oscar Shuberoff, Jorge Sábato y “Tom” Constanzo.

 

A Sourruille lo sucedió Juan Carlos Pugliese, al que llamaban “El Maestro”, quien durante un discurso, dijo: “Apelé al corazón y me respondieron con el bolsillo”. Era la antesala del fracaso porque nadie le creía. En abril la inflación llega al 33%. Como si nada bastara, trasciende que el Banco Mundial suspendería la ayuda a la Argentina y la fuga de divisas aumenta seriamente. Alfonsín lo explicará mejor al joven Luis Majul: “Antes de la corrida del dólar del 6 de febrero (1989) le mandé una importantísima carta al presidente George Bush, quien acababa de asumir (la presidencia). En ella le pedía dos audiencias urgentes para el ministro Sourrouille. Una para que lo recibiera el secretario de Estado (James Baker). Otra para que hablara con el titular del Departamento del Tesoro.” Estados Unidos “sabía que necesitábamos un apoyo político y económico excepcional” y la respuesta fue tardía y “muy formal”. “Mi impresión es que Estados Unidos evaluó la situación y consideró que no debía jugarse…por nosotros.” El ex presidente, entonces, incurre en una gran contradicción. Le reprochaba a Angeloz que se había inclinado a la derecha y al mismo tiempo le pedía una gran favor a Bush, el ex vicepresidente de Ronald Reagan. ¿Jugarse por Alfonsín? ¿Por el presidente que había retado a Reagan, en la Casa Blanca, durante su visita a Washington, por su férrea política opositora con la Nicaragua del Frente Sandinista, entre tantas otras cosas? ¿Conocía Alfonsín que para ese entonces habría de concretarse un contacto entre Menem y George W. Bush? El hijo del presidente (y futuro presidente) mantenía viajes a la Argentina por cuestiones de negocios.

 

De todas maneras sería incompleta esta corta reseña si no se dijera que una gran mayoría desconoce el “Informe sobre la visita del General “Fred” Woerner” a la Argentina. Todo bajo el sello de “Confidencial”. Con fecha 25 de octubre de 1988 –mientras Menem se encontraba con representantes de la prensa extranjera para tratar su próxima gira por Europa—llegó a Buenos Aires el jefe del Comando Sur de los EE.UU. (1987-1989), general Frederick “Fred” Woerner Jr. Infante, paracaidista y ex veterano de Vietnam, lucía en su uniforme cuatro estrellas y estaba considerado un “especialista” en América Latina. El informe “Confidencial” sostiene que su presencia tenía motivos aparentes y reales. El alarmante informe es la conclusión de la visita de tres días de trabajo del general Woerner a Buenos Aires. ¿Cómo llego? Lo dice el trabajo: “debido a una invitación especial del Poder Ejecutivo Nacional (Raúl Alfonsín) efectuada a través del jefe del Estado mayor Conjunto, brigadier general Teodoro Waldner” (desde el 8 de mayo de 1985 hasta el 11 de julio de 1989. En el punto 6º se aconsejan tres “cursos de acción posibles”. El primero trata el “accionar antes de las elecciones del 14 de mayo” para que Menem no triunfe. El segundo contiene el “accionar antes de la ascensión al poder de las nuevas autoridades (porcentaje de acierto 50%)”. El tercero es más directo: “Accionar a los 4/6 meses de gobierno de las nuevas autoridades (porcentaje de acierto 90%)”.

 

 

En esas semanas previas a las elecciones era común ver a empleados cobrar su sueldo y amontonarse dentro de una “cueva” para comprar dólares. Compraban parte de su salario en moneda extranjera y con los días los iban cambiando para no perder capacidad adquisitiva y llegar a fin de mes. Precisamente, en mayo del 89 el índice de inflación llego al 114,4% y el déficit del PBI argentino se hundía hasta el 14,6 por ciento.

 

En este cuadro, el domingo 14 de mayo de 1989 triunfaba Carlos Menem, el líder opositor con un frente electoral cuyo mayor sustento fue el Partido Justicialista. Era tal la sensación de vacío de poder que antes de las elecciones ya se conversaba en voz baja que Alfonsín adelantaría la fecha de entrega del poder prevista para diciembre porque no aguantaría un día más en la Casa Rosada. Los saqueos de fin de mayo lo convencieron, mientras los noticieros televisivos pasaban una y otra vez patéticas imágenes de asaltos a supermercados y carnicerías; cortinas de negocios cerradas que eran levantadas con violencia; fuerzas del orden que reprimían con palos y gases.

 

En prevención de más desmanes Raúl Alfonsín declaró el Estado de Sitio y semanas más tarde volvía a su natal Chascomús. Ámbito Financiero, uno de los medios más influyentes de la época, sostenía el lunes 5 de junio que en la última semana de mayo se habían producido “329 saqueos a comercios de alimentos de los cuales participaron 40.526 personas que desataron una profunda violencia en el país”. El balance fue luctuoso porque murieron 14 personas y hubo cientos de detenidos. El 8 de julio de 1989, Carlos Saúl Menem asumió la Presidencia de la Nación. Días más tarde, el doctor Carlos García Martínez elevaría un informe que afirmaba: “Desde el 10 de diciembre de 1983 hasta la transferencia del poder, el 8 de julio de 1989, la inflación acumulada por el gobierno del Dr. Alfonsín fue de 664.801 %, en cifras redondas. No registrándose en el mundo entero un proceso semejante en ningún país de la tierra desde el término de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días.”

 


Por Juan Bautista Tata Yofre para Infobae







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