La noticia corrió rápido entre los biólogos: en un humedal austero, azotado por el viento, un equipo argentino observó un ritmo natural que nadie esperaba. Un ciclo nocturno, preciso y profundo, que late bajo la superficie como si la tierra respirara. “No es una metáfora: medimos un pulso real”, dice la ecóloga Mariela Bentancor, con una mezcla de asombro y cautela. “Lo vimos tres noches seguidas, y después no pudimos dejar de buscarlo.”
Un latido que atraviesa el agua
El fenómeno, al que el equipo bautizó “latido del humedal”, aparece en un mallín altoandino de la Patagonia argentina, a más de 1.400 metros sobre el nivel del mar. Cada 73 minutos, sensores sumergidos registran un aumento súbito de oxígeno disuelto, seguido de una caída lenta, como un suspiro colectivo. La amplitud del “latido” cambia con la temperatura, pero no con la luz: ocurre en noches claras y en noches negras, bajo Luna llena o sin Luna.
“Creíamos que el metabolismo del humedal seguía el día y la noche; encontrar un compás independiente fue desconcertante”, explica el microbiólogo Santiago Buzzo. “Es un reloj que no mira el sol.”
Cómo lo detectaron
La primera pista fue un ruido en los datos. Un dron con cámara hiperespectral detectó parches de clorofila que se iluminaban levemente en horarios extraños. Después, microelectrodos colocados a diferentes profundidades confirmaron los picos de oxígeno. Y al final, una red de sensores térmicos mostró microflujos convectivos que se propagaban como ondas, de este a oeste, con una velocidad constante.
“Parecía una coreografía”, cuenta la hidróloga Ivana Muñiz. “Los pulsos arrancaban en un borde musgoso, cruzaban la lámina de agua y morían en las franjas de ciperáceas.” En paralelo, cámaras infrarrojas captaron una respuesta animal inesperada: pequeños crustáceos y larvas de quirónomos ascendían en sincronía con el pulso, como si un timbre silencioso los llamara.
Una red oculta bajo los pies
La hipótesis más audaz es que el “latido” lo coordina una red fúngica subterránea, ligada a raíces de plantas y tapices microbianos. “Los hongos micorrícicos pueden transmitir señales eléctricas y químicas; no sería descabellado que orquestaran ráfagas metabólicas a escala de parche”, señala el micólogo Hernán Celli. Ensayos preliminares con inhibidores de señalización en parcelas experimentales redujeron la amplitud del pulso, un indicio —todavía tentativo— de que la red viva participa.
No se descartan otros disparadores. Variaciones sutiles del campo geomagnético, microseepajes de gases o la presión atmosférica podrían actuar como metrónomos externos. “La Patagonia está llena de contrastes geofísicos; a veces, bajo un pasto humilde, ocurre una obra mayor”, dice con humor Buzzo.
Implicancias ecológicas y climáticas
Si el “latido” sincroniza comunidades, su impacto puede exceder lo curioso. Un mallín funciona como esponja de carbono: respira, almacena y libera. Pulsos rítmicos de oxigenación podrían modular la descomposición, la nitrificación y la emisión de metano, alterando el balance neto de gases de efecto invernadero. “En condiciones frías, un toque periódico de oxígeno puede acelerar procesos que creíamos lentos,” advierte Muñiz.
Para la fauna, los beneficios pueden ser puntuales pero claves. Las larvas que ascienden con cada pulso encuentran más alimento y menos competencia. A su vez, los peces —sobre todo las truchas que patrullan los bordes— aprovechan esa ventana de actividad. Es una coreografía que redistribuye energía y, probablemente, riesgo.
Las pistas que siguen
El equipo se prepara para un invierno largo, con instrumentos más finos y alianzas con grupos de geomagnetismo. Quieren saber si el “latido” varía con las tormentas solares, los sismos menores o las mareas gravitacionales. También expandirán el muestreo a mallines vecinos, para distinguir patrón regional de rareza local.
- Disparadores posibles: microseñales eléctricas en redes fúngicas, microseepajes de gases, fluctuaciones geomagnéticas, cambios barométricos o resonancias hidrotérmicas sutiles.
“Cualquier opción es fascinante,” reconoce Bentancor. “Si es un reloj interno, habremos revelado una propiedad emergente de estos sistemas. Si es un reloj externo, entenderlo nos ayudará a predecir respuestas ante un clima cada vez más tenso.”
Más allá del hallazgo
En un paisaje donde la sequía muerde y el hielo retrocede lento, descubrir ritmos ocultos es casi un acto de esperanza. “Nos recuerda que el mundo vivo negocia con la incertidumbre mediante estrategias que aún no vemos,” dice Celli. Para las comunidades rurales, que dependen de estos humedales como abrevaderos y filtros naturales, el mensaje es concreto: protegerlos no es solo conservar agua, sino también inteligencia ecológica.
La última noche de campaña, el equipo apagó las linternas. El viento bajó, y el mallín respiró otra vez, con esa cadencia que ya nadie en el grupo puede olvidar. “A veces, la Patagonia habla muy bajo,” susurra Muñiz. “Esta vez, decidimos escuchar.”